miércoles, 11 de agosto de 2010

La batalla de La Carroca

Lo recuerdo como si fuera ayer. Mis viejos ojos de elfo no olvidarán jamás aquel invierno tan frío como el mismísimo reino de Angmar. El aire parecía hielo que se clavaba en los pulmones. Cada bocanada era una punzada en lo más hondo de mi ser. En el nevado camino, donde otrora discurriera limpia y pura el agua del río, la nieve se amontonaba sin remedio. Muy duro habría sido aquel caminar si no fuera por la liviandad propia de mi pueblo. Mas nada debía hacer que me demorase, pues a lo lejos, en el Este, esperaba la batalla en La Carroca. Allí donde viven los hombres oso, más tarde llamados beórnidas, se agolpaban los trasgos bajo el cruel estandarte de Angmar.

A mi derecha Haldir, uno de los más allegados a mi señor. A mi izquierda, Genodat, mi querido hermano. ¡Cuán llorada fue su pérdida! Pero de eso pasó ya largo tiempo, y es asunto de otra historia. Caminábamos los tres con cientos de elfos de nuestro pueblo. Armados unos con arcos, mientras que otros llevaban espadas de liviano acero y majestuosa plata, nos precipitamos sobre el enemigo formando en embudo. Uno tras otro, caían los trasgos bajo nuestro vivo empuje. El sol, que se encontraba a nuestras espaldas, vino a refrendar nuestra exitosa acometida. Una lluvia de flechas cubrió el cielo que se hizo negro para el enemigo.

Mucho tiempo tardó en aparecer, pero cuando lo hizo temblaron nuestros corazones. El capitán de los tragos, si acaso un troll, o un medio orco, jamás supimos qué era en realidad, irrumpió con la lava de un volcán prendiendo todo a su paso. Todavía hoy en día no sé cómo aquel ser podía tener la magia negra como aliada, pues nunca entre los orcos o los trolls se manifestó ésta. Aún así, una cosa fue clara: la victoria era nuestra. El empuje final del capitán de los trasgos quedó en nada ante el acero templado de la espada de Haldir, que cercenó el brazo derecho de aquella criatura.

Los tragos, temerosos y enfurecidos en igual proporción, echaron a correr buscando el cobijo de las montañas, pero no contaban con los hombres oso de La Carroca. Helos entonces, fuertes y en su forma animal, rugiendo cual león herido en una de sus patas, se alzaron sobre la retaguardia de los trasgos. Y fue así como se puso fin a la batalla de La Carroca.

"¡Allá voy Tierra Media!"- exclamó Bindôlin al levantar su espada al cielo en señal de victoria.

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