viernes, 12 de octubre de 2012

Callejones de Umbar

La noche había caído tras mi último periplo en uno de los muchos tugurios de Umbar. El frío, proveniente del cercano mar, podría helar la sangre a cualquiera. Sin embargo, mi determinación y, por qué no decirlo, las cervezas que había tomado, calentaron suficientemente mi cuerpo. 


Avancé con premura, tratando de arañar segundos a la luz de la luna, que unos minutos más tarde se ocultaría tras las cada vez más numerosas nubes. En mi mente sonaba con fuerza, como un eco que golpeaba mi cabeza, un nombre: Aljgert. Proseguí la marcha, tratando de hacer memoria, escudriñando cada uno de los recovecos de mi cerebro en busca de alguna pista al respecto de aquel nombre. De repente, lo recordé. En una de las calles paralelas había visto un cartel con ese nombre. ¡Qué estúpido! Había perdido un tiempo precioso hasta recordarlo. Sin embargo, mi intuición me decía que Ujadel estaba seguro, por el momento. 

Anduve un par de calles amparándome en la cada vez más negra noche, evitando ser visto por extraños, vagabundos y algún que otro soldado con ganas de pelea. Una vez más la natural condición de mi raza para pasar desapercibido me servía para salir airoso. Finalmente, y tras asegurarme de que nadie me seguía, llegué a la casa que había recordado. Ahí estaba. Se trataba de un edificio de una sola planta, con el techo de piedra grisácea, y la puerta de madera de roble. Los goznes, tan robustos como la cota de mallas mejor forjada, chirriaron nada más me hube ocultado. Había sido una suerte no ser descubierto, pero debía buscar un ángulo de visión adecuado si quería echar un vistazo a la situación. De repente, un gato cayó sobre mí, y hube de trepar a un lugar más seguro. Desde allí escuché una conversación. 


- Creo que ya está. Me marcharé de inmediato- escuché a un hombre. 
- Sí, es lo mejor, pero espero que vuelvas pronto como prometiste- le dijo una mujer. 
- Tenlo por seguro- aseveró él. Nada más oí entre ellos, pero no había que ser muy listo para percatarse de qué estaba ocurriendo o, mejor dicho, qué había ocurrido: evidentemente, Ujadel y Aljgert no habían sido presa del odio entre sus pueblos. 

Aquella situación resultaba del todo inesperada. Ahora me quedaba lo más difícil: decidir qué hacer con ello.

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