jueves, 18 de junio de 2015

A vueltas con el Imperio

Ahí estaba otra vez, como siempre. No sabía cómo me las arreglaba, pero siempre termino trabajando para los mismos tipos. Si al menos me llevara una buena suma, no me quejaría tanto, pero ni esa suerte tengo. Aquel día no se podía ni respirar en Tatooine. Una enorme tormenta de arena había sepultado gran parte de la zona vieja de Mos Eisley. ¿Quién sabe los años que llevaría allí esa ciudad? ¿4.000? ¿5.000? Lo único que me importaba era acabar el trabajo cuanto antes, pero para ello debía encontrar a la gente adecuada. Mi cabeza analiza con cierta facilidad lo que conozco de cada sitio en el que estoy, así que no tardé en decidir dónde debía ir en aquella ocasión.

Salí del taller de Bagter. Aquello habría sido agradable en cualquier otro momento, pero la tormenta de la que os hablaba me obligó a cubrirme el rostro casi por completo. No veía nada, y por eso tardé más de lo habitual en llegar a la Cantina de Mos Eisley. Sí me dio tiempo a ver cómo un par de androides trataban de refugiarse en el local. Sin embargo, el detector de Wuher seguía tan operativo como siempre. Escuché sus reproches a los hojalatas incluso entre el estruendo de la tormenta de arena.


Me acerqué a la barra y pedí lo de siempre: un vaso de leche azul. Siempre me gustó ese sabor tan característico que tiene. Desde luego, un buen whisky corelliano me habría venido bien, pero hacía tiempo que me había desecho de esa deliciosa carga. Además, necesitaba tener la cabeza despejada. Miré el ambiente para comprobar que en aquella cantina todo seguía igual. Las mismas caras de siempre, los mismos jugadores de Sabbac, y las mismas reyertas sin sentido.

Terminé mi vaso y le susurré a Wuher el nombre del sujeto que buscaba: "Labria". Pensé que lo había dicho en un tono lo suficientemente discreto, pero me di cuenta que el devaroniano ya sabía que le buscaba. Aquello me iba a costar un buen trago de algo fuerte. Le pedí un poco de esa cerveza de Wuher que tanto le gustaba y que a mí no me terminó nunca de agradar. Puse mi mejor sonrisa, y acudí a su mesa.


La conversación fue rápida. Un intercambio de palabras casi imperceptible, un par de preguntas adecuadas, y ya tenía la información que necesitaba. Es la ventaja de tratar con espías que han trabajado para el Imperio. Lo saben todo: lo que el Imperio quiere que sepan, y lo que no quieren que sepan. En aquella ocasión necesitaba información de este segundo tipo, y la había logrado. Me volví a cubrir la cara para salir de la cantina, no sin antes recibir un saludo de Labria desde la otra punta del local. Ahora llegaba lo difícil, como siempre.

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